Fue una tarde de mediados de julio de 1840 mientras estudiaba historia antigua de oriente medio, y tomaba apuntes sobre arqueología en la biblioteca del seminario, cuando Allan decidió emprender un viaje de aventura hacia la tierra que era objeto de sus investigaciones: Persépolis.
Allan, hombre de altos ideales y espíritu elevado, armado de valor y
coraje me comunicó cual sería su camino a seguir. Aprovecharía la oportunidad
para someter su espíritu a un renacimiento interior. Sus ojos se llenaron al
momento de una luz salvaje, le brillaban de una manera casi inconcebible;
parecían emitir rayos luminosos, no de una luz reflejada, sino intrínseca, como
una bujía, como el sol. Veías en sus ojos fantasías delirantes, como las que
aman los maníacos, pero también latía en su mirada el corazón de la vida.
Me levanté apresuradamente en un estado de terrible agitación; una
indescriptible inquietud se adueñó de mí, una especie de vacilación nerviosa,
de temblor, emociones que me oprimían y desconcertaban pues yo sabía bien,
demasiado bien, que el mundo de nuestra triste humanidad puede cobrar la
apariencia del infierno; abundaba más allá de nuestro hogar lo hermoso, lo
extraño, lo licencioso, y no faltaba lo terrible y lo repelente. Atravesando
montañas, valles, ríos y mares; pueblos en los que vivía gente indígena y
salvaje que no tenían siquiera los mismos sistemas de valores que nosotros los
occidentales. Los clérigos hablaban de la terrible máquina de horror y crimen
que era el ejército de los infieles.
Me explicó con elocuente locura su demoníaco plan. Se embarcaría hacia
el sur, y afirmaba que conseguiría llegar meses después a tierra firme aunque
el mismísimo kraken se interpusiera en su camino. Mi alma estaba envuelta en silencioso asombro. Empecé a reflexionar sobre lo magnífico que sería morir de esa manera, y lo insensato de preocuparme de algo tan insignificante como la propia vida frente a una manifestación tan maravillosa del poder de Dios. Creo que enrojecí de vergüenza cuando la idea cruzó por mi mente. No pude por menos que desearle fortuna, y recomendarle prudencia frente a posibles dificultades o enemigos. Partió dos lunas después.
En el corazón de aquél territorio desértico, rodeada de altas montañas
se encontraba la ciudad, como un estallido de espantosa grandeza. Su destruido
palacio de las cien columnas se recortaba en el horizonte, cuando finalmente
alcanzó la entrada norte. Se detuvo en las escaleras al advertir la presencia
de un antiguo sacerdote, y observó con aire de profundo asombro su majestuoso caminar, maravillado y confuso por la inesperada aparición en un lugar principalmente solitario. Sólo después de salir de la misteriosa incertidumbre, consiguieron
mediar palabra.
Mientras tanto Allan elucubraba el hecho de que una cabaña que se mantenía
firme en medio de grandes monumentos que yacen por tierra; era una lección
profunda para los que aman la virtud y tienen el tesón de practicarla. La
verdad a veces es más extraña que la ficción.
Pasmado ante aquella franca
hospitalidad y al fin, extenuado por tan largo camino accedió a los ruegos de
aquel desconocido. Por algún impulso inconcebible, experimentó un fuerte interés
por su persona, convencido de que iba a oír un lenguaje noble por la
grandiosidad de las ideas, como persuasivo y elocuente por la sencillez de las
palabras.
Lo siguió a pasos lentos hacia dentro de aquella choza, que se apoyaba
en las mismas ruinas, dentro de la cual se notaban instrumentos de astronomía,
varias vasijas de barro con flores, y diversas estatuas recogidas sin duda por
los escombros de Persépolis.
-Con que finalidad has venido a estas remotas tierras, viajero?
-No es el conocimiento en sí lo que deseo hallar, sino la adquisición de
dicho conocimiento. Yo imaginé que en esta existencia todo me sería dado a
conocer al mismo tiempo, y que alcanzaría así la felicidad por conocerlo todo.
En cuanto a la sabiduría, le pido sin reserva a los ángeles que me sea
concedida.
-Es evidente que te precipitas hacia algún apasionante descubrimiento,
un secreto incomunicable cuyo conocimiento entraña la destrucción. Esta noche,
quiero que entiendas, que hay ideas en las que todavía puedes creer. Hay
espacios nunca vistos; difícilmente comprendidos sólo a través del intelecto.
Ignoro la razón por la que has vuelto a casa. En tu rostro, en tus gestos, en
tus gritos ahogados y lágrimas no vertidas, en tu mirada hay multitud de
sensaciones familiares que no sé de dónde proceden. Algo brilla en tus ojos; y
es algo bonito. Debiste desempeñar un importante papel, sin saber exactamente
cuál. Podría intentar adivinar, quizás éramos niños. Quizás fue algo que me
quedó fijado en el pasado, en edades remotas, aquí en el alma. Pudiste ser una
persona perdida e irremplazable.
Un sentimiento para el cual no existe nombre; una sensación que no
admite réplica ni análisis se adueñó del corazón de Allan; para una mente como
la suya, aquello era un tormento. No lo supo entonces, y nunca pudo saber la
naturaleza de dichas concepciones. Aunque podía percibir fácilmente lo que no
era, le fue imposible explicarme lo que sí era.
-Las cosas que no tienen nombre, no existen, -se aventuró Allan, en un
intento de estirarle de la lengua al venerable viejo.
-Entonces pongámosle nombre, llamémosle "el principio
eléctrico". En primer lugar, basémonos en el principio de que toda acción
es reductible a movimiento y pensamiento. El movimiento es la acción de la
mente. En segundo lugar, hay una materia indivisa, sin partículas, indivisible.
Esta materia no sólo penetra en todas las cosas, sino que las impulsa, y de
esta manera es todas las cosas en sí mismas. En tercer lugar, la materia
indivisa, es puesta en movimiento por una ley o cualidad existente en sí misma,
es el pensamiento.
-Si tu teoría sobre el pensamiento que crea movimiento es cierto,
significaría que ningún pensamiento perece, pues todo acto determina infinitos
resultados. Si yo doy un puñetazo al aire, hago vibrar la atmósfera que me
rodea. Luego, esta vibración se extiende indefinidamente hasta impulsar cada
partícula del aire de la tierra, que desde entonces y para siempre estará
animado por este único movimiento de mi mano. Puede, ciertamente, demostrarse
que cada uno de estos impulsos dados al aire influyen sobre cada cosa
individual existente en el universo, hasta que lo encontrara, regresando como
un reflejo, después de haber chocado. Si esto fuera así, cada movimiento de
cualquier naturaleza crea, y la fuente de todo movimiento es el pensamiento, de
ahí, el poder físico de las palabras actuando como impulsos al aire.
Aunque el nonagenario se mostró conforme con la reflexión del joven
aventurero, su aspecto se apagó, y se transformó en algo tan velado y opaco,
que evocaban sus ojos, los de un cadáver largo tiempo enterrado.
Al cabo de años de estrecha convivencia y mutua comprensión, se resignó
a los momentos en que Arash guardaba silencio y se sumía en esos estados de
profunda melancolía que inducían al hombre a mostrarse anormalmente inquisitivo
sobre meras nimiedades, pues se entregaba a las mas enfermizas como absurdas
conjeturas, y a ellas se dedicaba pertinazmente hasta que tras larga reflexión
hallaba la solución del enigma. Allan esperaba pacientemente sin molestar, hasta
que su maestro llegaba a sentirse satisfecho con su suposición y por el momento
tranquila curiosidad. El temperamento de Arash era el de todo hombre de
talento y consistía en una mezcla de misantropía, sensibilidad y entusiasmo. A
esas características unía el corazón más ardiente y sincero que jamás haya
latido en corazón humano.
-Eres tú, no hay duda que eres tú, por todas las cosas que haces; estoy
seguro, no sé como, no es algo científico pero a través de la luz, has cruzado
el tiempo y ahora puedo volver a verte. Tiempo atrás ya te conocí, solo tu piel
y tus huesos han cambiado. Miraba a su discípulo con cariño
y amor.
-¿Maestro que es Dios?, preguntó Allan aprovechando la buena disposición
del anciano.
-El pensamiento es la materia en movimiento; esa materia o sustancia no
es una cualidad, es un sentimiento: es la percepción, en los seres pensantes. El
movimiento es la mente universal. Este pensamiento crea. Todas las cosas
creadas no son sino los pensamientos de Dios.
La mente universal es Dios.
-¿Cómo?, no lo sé. La Deidad no crea, solamente creó el comienzo. Las
aparentes criaturas que en el universo surgen ahora perpetuamente a la
existencia sólo pueden ser consideradas como el resultado indirecto, no como el
resultado directo del poder creador divino.
-Hay dos cuerpos: el rudimentario y el completo, que corresponden a las
dos condiciones de la crisálida y la mariposa. Lo que llamamos
"muerte" es tan solo la penosa metamorfosis. Nuestra presente
encarnación es progresiva, preparatoria, temporaria. En los seres rudimentarios
los órganos son las jaulas necesarias para encerrarlos hasta que tengan alas.
Todas las cosas son buenas o malas por comparación. No sufrir nunca sería no
haber sido nunca dichoso. El dolor de la vida primitiva en la Tierra es la
única garantía de beatitud para la vida definitiva en el cielo. La única
finalidad de esta infinitud de materia es la de proporcionar infinitas fuentes
donde el alma pueda calmar la sed de saber que jamás se agotará en ella.
-Si la materia es la mente universal y nuestros pensamientos que son
movimiento proceden de esta mente universal, eso significa que todos somos uno
con Dios, pues como tu dijiste anteriormente, todas las cosas creadas no son
sino los pensamientos de Dios. Pero si esto es así, ¿Por qué hay maldad, porque
hay pensamientos negativos, que a su vez crean movimientos negativos?
-¿El frío existe?, preguntó de repente Arash a Allan.
-Pues claro que existe.
-En realidad, el frío no existe, lo que consideramos frío, es en
realidad la ausencia de calor. ¿La oscuridad existe?
-¡Por supuesto que existe la oscuridad!
-La oscuridad tampoco existe, la oscuridad es en realidad ausencia de
luz. Podemos estudiar la luz, pero no la oscuridad. El mal no existe, es como
la oscuridad y el frío. Dios no creó el mal.
El mal es el resultado de lo que
pasa cuando el hombre no tiene el amor de Dios presente en su corazón.
(Albert
Einstein).
Sintió Allan la consumación de su destino, convertido en un hombre nuevo
prosiguió tranquilo y satisfecho su camino. Siete años después de su partida, nos volvimos a reencontrar en la biblioteca, donde escribí sus crónicas.
cuida tus pensamientos porque se volverán actos.
cuida tus actos porque se harán costumbres.
cuida tus costumbres porque formarán tu carácter.
cuida tu carácter porque formará tu destino,
y tu destino será tu vida.
(Mahatma Gandhi).
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