Siento la vaga intuición que estoy ahí dentro para ser observada desde fuera. Como una macabra distracción, nado y nado dando vueltas dentro de los límites de mi jaula. Y tengo la sutil sensación que los límites no están donde se suponen que tienen que estar; que esas fronteras no son imaginaciones mías, que en definitiva hay algo más allá.
Los otros peces son como yo. Sus vidas tienen el mismo fin. ¿Porqué no hablamos de nuestras emociones, nuestros sentimientos mas profundos? ¿Por qué no nos ponemos todos a una y rompemos a empujones el cristal? Seguramente porque todavía no sabemos cómo.
Y yo, como pez, individualmente, quizás podría nadar desde el fondo de la pecera y subir nadando muy rápido para finalmente saltar hacia afuera. Lo más probable es que de este modo me acabaría asfixiando sola, ya que caería encima de... ¡yo que sé! ¿Una mesa, una repisa? En todo caso, habría de estar dispuesta a correr ese riesgo, huyendo de lo ya conocido y seguro, para adentrarme en la boca del lobo, en lo desconocido e inhóspito.
Me recuerda la historia de Platón que cuenta como los hombres que vivían dentro de la cueva pensaban que eso era el mundo "real". ¿Pero es así, como decía Platón?
A lo mejor debería encontrar una ocupación lo suficientemente distraída para dejar de pensar en estas cosas. A lo mejor debería estar contenta y satisfecha de vivir dentro de una pecera con mis iguales. Quizás desearía vivir en algún lugar que me haga sentir humana, y no una máquina de producir cosas para otros.
El problema es que estos pensamientos son escurridizos; son como cuando acabas de despertar de un sueño con todo lujo de detalles que se van filtrando entre tus dedos como si fuese agua que deseas retener. No eres capaz de atraparlos y retenerlos hasta que de un millón de detalles sólo te quedan un par o tres en el hueco de tu mano, es decir en tu conciencia. Las otras ideas las das por perdidas para siempre.
Comentarios
Publicar un comentario