La princesa lo amaba y por eso cada mañana cuando se despertaba, regaba todas las plantas, las podaba, las abonaba para que crecieran grandes y fuertes.
Sentía el orgullo que siente una madre por su hijo; era un amor auténtico y daba su cariño con todo su corazón por todo lo que existía allí.
Ella se sentía dichosa y feliz por eso invitaba a todos los que querían compartir las mejores frutas de sus árboles, a beber el agua pura del lago. Todos eran tratados con amabilidad, generosidad y una hospitalidad sincera.
La familia cada vez se hizo más numerosa y ella encantada con tener tantos amigos se veía una persona querida y amada por todos.
Así fueron pasando los años y los momentos de alegría fueron muchos, hasta que un día de repente todo cambió para siempre.
Un día mientras dormía plácidamente en su lecho de hierba fresca, de repente se despertó con una sensación de ahogo. Las raíces de los árboles empezaron a crecer fuera del suelo enroscándose por sus piernas, su cuello, sus muñecas y así sucesivamente la dejó inmovilizada. El aire se tornó turbio, el agua se transformó en tóxica.
El jardín aprovechaba cuando los demás dormían para deshacer otra realidad solo visible a ojos de la mujer. Una doble cara que manipulaba con su belleza durante el día y asfixiaba por la noche. Sin duda era un jardín mágico pues desarrollaba una doble transformación sin que nadie se diera cuenta de ello.
Esa atmósfera cambiaba al despuntar el alba y se volvía de nuevo cálida y agradable hasta la siguiente noche, donde sutilmente actuaba ayudándose de la oscuridad para hacer renacer su verdadera naturaleza manipuladora.
Sucedieron muchos cambios en el espíritu alegre de la princesa que cada día se mostraba más demacrada por aquella doble cara, aquella hipocresía y falsedad. Des de la primera noche hasta la última, la princesa fue perdiendo su vitalidad, su interés y la pasión con la que cuidaba antaño del jardín y así pues las flores se fueron marchitando de no regarlas nunca. El jardín se quedó prácticamente seco.
El último día antes de la tragedia, cuando ella tiró una colilla todavía ardiendo al suelo, se desató el gran incendio. Un incendio que arrasó con lo poco que quedaba, ayudado a su vez de la sequedad que reinaba desde hacía largos años.
Todo ardió en cuestión de minutos provocando el desierto mas descorazonador que nadie haya visto jamás. Intentó huir, pero las llamas la alcanzaron quemando su vestido, su pelo y sus manos. Era poco menos que una vagabunda chamuscada, su pelo antes dorado ahora era un manojo de color negro, su cara tiznada de hollín. Poco se podía decir para que no fuera la única culpable de un desastre semejante.
Ante la catastrófica situación todos los animales se fueron, uno a uno, sin mirar atrás pues ya no había nada hermoso que contemplar, ya no existía nada digno de admiración. La abandonaron, de igual manera que se abandona algo feo y roto. O algo que ya no tiene ninguna utilidad. Así, de repente, la princesa se quedó sola. Contemplando sus sucias manos y su rostro en el espejo no se reconoció. No supo ver que aquella joven triste, sucia, llena de ceniza y de heridas, no era otra sino ella misma.
El gusano de seda la despreció por su mala conducta para con el jardín y se negó a acabar el vestido de seda que le estaba confeccionando. Los escarabajos peloteros ya no tenían pelotitas de mierda que transportar, las serpientes ya no encontraban escondite donde ocultarse y todos los demás se fueron para no quedarse atrás.
El sentimiento de traición arrasó con todo lo tierno, lo bueno y vulnerable que hubo dentro de su ser y se quedó vacía, sin nada que dar a nadie porque ya lo había dado todo. Y es que para ella no hubo peor castigo y desprecio que la simple indiferencia.
Se fue. Se estableció en un lugar lejano, a un retiro seguro donde nadie nunca más pudiera hacerle daño. Su única compañía seria la soledad. La vida le acababa de dar una paliza que cayó en coma durante muchos meses.
Hasta que después de tanto llorar y esconderse para lamerse sus heridas comprendió que el jardín y sus animales le habían enseñado una valiosa lección que no olvidaría jamás y que nunca hubiera llegado a entender. Y es que, hasta los escarabajos peloteros con sus pelotitas de mierda tienen un cometido sagrado en esta vida. Pues no hay nadie más importante o superior a otro. Algunos deben actuar a baja escala para precipitar ciertos acontecimientos a gran escala. Todo es causa efecto. La maldad se une en un circulo perfecto con la bondad. Lo bueno no puede existir sin lo malo. La princesa nunca hubiera pasado tanto tiempo sola. No hubiera pasado tanto tiempo de introspección; observándose, pensando y hablando consigo misma. No hubiera llegado a conocerse tanto como se conoce ahora. Probablemente no tendría ahora la necesidad de escribir este blog y de que tu precisamente tu, lo estés leyendo.
El mal, el dolor, el sufrimiento que pasamos en algunas ocasiones en nuestras vidas es tan absolutamente necesario como las cosas buenas. Hemos de aceptarlo y respetarlo. Incluso las malas personas nos dan ejemplo sobre lo que no deseamos convertirnos. Todo es una evolución interior al fin y al cabo.
Otras cosas también aprendí:
1. Quien es auténtico, lo es de verdad y por eso llega con sus decisiones hasta las últimas consecuencias, hasta el último suspiro, hasta un último término aunque eso cause temporalmente "tirarse piedras en su tejado".
2. Que las princesas siempre son princesas por muy sucia que tengan la cara, aún oliendo a cenizas porque llegará el momento en que se lavaran la cara, se curaran sus heridas y volverán a crear un jardín mejor que el anterior.
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