La noche mágica del nuevo milenio, a las doce campanadas, como en un cuento de hadas, sucedió lo inesperado.
Malone vio a Eoin y pensó; "tiene un alma que me gusta. Se puede ver a través de ella, y lo que se ve es bueno".
Eoin cuando la vio por vez primera, entrevió algo de idealismo y de aventura que le conquistó.
Al cabo de un tiempo, Eoin se convirtió para ella, en su compañero de juegos favorito. Todo era mejor con él. Le maravillaba su carácter competidor; de esos número uno en los deportes o en la vida real.
Conseguía todo lo que se proponía sin aparente esfuerzo, además de con estilo y deportividad. Era un galán vestido de surfero, un conquistador sin colorantes ni conservantes.
Malone se sintió profundamente atraída por aquel hombre que derrochaba carisma, amabilidad, simpatía y generosidad a raudales. Eoin era así de grande y a la vez, así de discreto con sus virtudes. No pretendía hacer sombra a nadie, lo que pasaba es que la luz siempre lo perseguía a él.
Malone se enamoró de un triunfador tímido. Y Eoin se enamoró de Malone de lo que precisamente él carecía; una alegría casi infantil, su inocencia y espontaneidad.
Se unieron y la diversión no hizo más que empezar. Recorrían el mundo como si se tratara de dos mejores amigos dispuestos a correr las mas maravillosas aventuras. Les gustaba disfrutar juntos de fiestas y amigos. Eran inseparables.
Si alguna vez dos fueron uno, sin duda fueron ellos. Y eso era tan real...en ese momento.
Los años hicieron que Eoin sufriera graves pérdidas y desengaños. Si el era un barco a punto de naufragar, Malone era el faro que lo guiaba de nuevo sano y salvo a tierra. Se apoyó en ella como si fuera la única cosa real, pura y verdadera en su vida.
Pasaba el tiempo y con el tiempo aumentaron las exigencias; de cariño, de atención, de predisposición de su vida por completo a su bienestar. Nada era suficiente para colmar las expectativas de confianza y amor hacia él.
Malone era una mujer feliz y dichosa ya que se sentía amada, no había nada que él no pudiera ofrecerle. Todos los días la colmaba de regalos y besos pero no se daba cuenta que estaba pagando un alto precio. El precio de tener que devolver todo aquello con intereses; soportar sus celos, su posesividad y su falta de libertad e independencia.
Eoin se obsesionó y la cambió por una posesión. Y sin darse cuenta cometió el error de querer agarrar el agua que sostenía con el hueco de su mano.
Si Malone reía o lloraba, había de ser por él, no había cabida para nada ni nadie más. De ese modo, la inundó una sensación de encierro al no poder mirar nada más que no fueran sus ojos; al no poder escuchar otra cosa que no fueran sus palabras; a no poder contemplar las estrellas sino era junto a él.
Empezaron a criticarse, a gritarse y se enfadaron porque ella no soportaba ni su dominio ni su control, y él porque se sentía traicionado y abandonado. Si quería una prueba de que ella no le abandonaría, sencillamente se casaría con él; por AMOR. Sería una prueba de lealtad, confianza y seguridad.
Nada de eso sirvió. Todo continuó igual ya que en el fondo, Eoin quería su afecto verdadero sin artificios. Malone fue perdiendo el interés por algo que la situaba en una encrucijada: su felicidad o la de él.
Y un buen día llegó, como un regalo caído del cielo, algo que dio un poco de luz, de paz y compasión a la pareja. Un zorro de peluche.
Lo acogieron en casa con ilusión. Ahora eran tres y eso deshizo durante un corto intervalo de tiempo la tensión. No había nada que ellos tuvieran, nada mas valioso que aquel peluche.
No duró eternamente, por consiguiente el destino les tenía deparado otro final al que ellos tanto querían dar la espalda: la separación.
Una amarga noche cuando discutieron más ferozmente que nunca, Malone cogió al peluche y se fue para no volver jamás. Era un pájaro encerrado en una jaula de oro; hermosa y triste a la vez, hasta que reunió el valor para escapar.
Eoin conocía perfectamente todos los rincones del corazón de Malone; sabía que no tenía mayor debilidad que el zorrito de peluche y como ella lo sabía, tuvo miedo de que aquello se convirtiera en una arma arrojadiza contra ella. No iba a dejar que la chantajeara pese al egoísmo de su acción; y se lo llevó.
Eoin la quiso demasiado, con locura; la apretó tanto contra sus brazos que se olvidó de dejarle un hueco para respirar.
Al cabo de un tiempo separados, Malone le dijo a Eoin: -"guarda la foto del peluche en la cartera y no la enseñes más, que eso es cosa de nosotros dos. Y no te culpo ni te odio por ser humano, solo siento rencor porque has sido un mal perdedor".
Malone vio a Eoin y pensó; "tiene un alma que me gusta. Se puede ver a través de ella, y lo que se ve es bueno".
Eoin cuando la vio por vez primera, entrevió algo de idealismo y de aventura que le conquistó.
Al cabo de un tiempo, Eoin se convirtió para ella, en su compañero de juegos favorito. Todo era mejor con él. Le maravillaba su carácter competidor; de esos número uno en los deportes o en la vida real.
Conseguía todo lo que se proponía sin aparente esfuerzo, además de con estilo y deportividad. Era un galán vestido de surfero, un conquistador sin colorantes ni conservantes.
Malone se sintió profundamente atraída por aquel hombre que derrochaba carisma, amabilidad, simpatía y generosidad a raudales. Eoin era así de grande y a la vez, así de discreto con sus virtudes. No pretendía hacer sombra a nadie, lo que pasaba es que la luz siempre lo perseguía a él.
Malone se enamoró de un triunfador tímido. Y Eoin se enamoró de Malone de lo que precisamente él carecía; una alegría casi infantil, su inocencia y espontaneidad.
Se unieron y la diversión no hizo más que empezar. Recorrían el mundo como si se tratara de dos mejores amigos dispuestos a correr las mas maravillosas aventuras. Les gustaba disfrutar juntos de fiestas y amigos. Eran inseparables.
Si alguna vez dos fueron uno, sin duda fueron ellos. Y eso era tan real...en ese momento.
Los años hicieron que Eoin sufriera graves pérdidas y desengaños. Si el era un barco a punto de naufragar, Malone era el faro que lo guiaba de nuevo sano y salvo a tierra. Se apoyó en ella como si fuera la única cosa real, pura y verdadera en su vida.
Pasaba el tiempo y con el tiempo aumentaron las exigencias; de cariño, de atención, de predisposición de su vida por completo a su bienestar. Nada era suficiente para colmar las expectativas de confianza y amor hacia él.
Malone era una mujer feliz y dichosa ya que se sentía amada, no había nada que él no pudiera ofrecerle. Todos los días la colmaba de regalos y besos pero no se daba cuenta que estaba pagando un alto precio. El precio de tener que devolver todo aquello con intereses; soportar sus celos, su posesividad y su falta de libertad e independencia.
Eoin se obsesionó y la cambió por una posesión. Y sin darse cuenta cometió el error de querer agarrar el agua que sostenía con el hueco de su mano.
Si Malone reía o lloraba, había de ser por él, no había cabida para nada ni nadie más. De ese modo, la inundó una sensación de encierro al no poder mirar nada más que no fueran sus ojos; al no poder escuchar otra cosa que no fueran sus palabras; a no poder contemplar las estrellas sino era junto a él.
Empezaron a criticarse, a gritarse y se enfadaron porque ella no soportaba ni su dominio ni su control, y él porque se sentía traicionado y abandonado. Si quería una prueba de que ella no le abandonaría, sencillamente se casaría con él; por AMOR. Sería una prueba de lealtad, confianza y seguridad.
Nada de eso sirvió. Todo continuó igual ya que en el fondo, Eoin quería su afecto verdadero sin artificios. Malone fue perdiendo el interés por algo que la situaba en una encrucijada: su felicidad o la de él.
Y un buen día llegó, como un regalo caído del cielo, algo que dio un poco de luz, de paz y compasión a la pareja. Un zorro de peluche.
Lo acogieron en casa con ilusión. Ahora eran tres y eso deshizo durante un corto intervalo de tiempo la tensión. No había nada que ellos tuvieran, nada mas valioso que aquel peluche.
No duró eternamente, por consiguiente el destino les tenía deparado otro final al que ellos tanto querían dar la espalda: la separación.
Una amarga noche cuando discutieron más ferozmente que nunca, Malone cogió al peluche y se fue para no volver jamás. Era un pájaro encerrado en una jaula de oro; hermosa y triste a la vez, hasta que reunió el valor para escapar.
Eoin conocía perfectamente todos los rincones del corazón de Malone; sabía que no tenía mayor debilidad que el zorrito de peluche y como ella lo sabía, tuvo miedo de que aquello se convirtiera en una arma arrojadiza contra ella. No iba a dejar que la chantajeara pese al egoísmo de su acción; y se lo llevó.
Eoin la quiso demasiado, con locura; la apretó tanto contra sus brazos que se olvidó de dejarle un hueco para respirar.
Al cabo de un tiempo separados, Malone le dijo a Eoin: -"guarda la foto del peluche en la cartera y no la enseñes más, que eso es cosa de nosotros dos. Y no te culpo ni te odio por ser humano, solo siento rencor porque has sido un mal perdedor".
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