Sí, Dios existe.






Cuando corté con mi ex-pareja sentí por un lado y en un principio una liberación; una toma de aire fresco y oxigenado; no de aire rancio que era lo que llevaba respirando desde hacia tanto tiempo.  Era un aire tan viciado de hastío que esa mala olor se había transformado en algo natural y mi nariz ya estaba demasiado acostumbrado a ella. 


Eso suele pasar con todo, que el cuerpo se acostumbra a lo que hay y se adapta porque es difícil romper con una situación estanca de la que nos hemos ido acostumbrando con los años y en la que nos hemos impuesto sentirnos casi cómodos.
Yo no obstante seguía notando el tufo y sabía que una vez volviera a respirar libre, no querría volver atrás.

En segundo lugar, se me caló en los huesos; la soledad. Esa terrible sensación de abandono, en la que sientes que eres inmensamente débil, diminuta e insignificante. Un mundo que de pronto te mira con hostilidad. Es cuando tu corazón sufre realmente la pérdida aunque la pérdida no fuera buena para ti. 

Mil veces he llegado a arrepentirme de romper en un millón de pedazos todo lo que cuidé antaño con tanto esmero, pero tomé una decisión y con ella la responsabilidad de asumir todas las consecuencias, entre ellas: la soledad.

La soledad en mayúsculas; esa que hace que necesites de hablar de más con tu perro, con el vecino o con cualquier ser viviente que se cruza en tu camino aunque solo sea para volver a escuchar tu voz y oír como era tu risa. Tatarear alguna canción para al menos renovar saliva. Lo peor de todo es no soportar tampoco estar con nadie. Aislarse. Es como estar perdido entre dos aguas, dando bandazos dependiendo de como corra el aire ese nuevo día. Y lo digo porque hay más días malos que buenos. Unos, te despiertas llena de entusiasmo, de alegría injustificada, con el pensamiento de "todo se arreglará" o "soy muy valiente", y otros, en que no soportas vivir. El pensamiento suicida de querer morirte pero no tener el valor de matarte y cuando llega la noche tachar en tu agenda otro repugnante y asqueroso día en este mundo. 

Se trata del fantasma de las dudas; ¿moriré sola y abandonada rodeada de un montón de gatos y mi vida no habrá tenido ningún sentido? Todos los problemas mundiales; los desastres ecológicos, la pérdida de confianza en los políticos, en los bancos y la economía, las pequeñas perversidades de la buena gente, los niños que mueren de hambre, las mujeres maltratadas, el gran monstruo capitalista que causa la falta de principios morales y espirituales en la gente. Todos los problemas de mundo los llevas cargados a la espalda como una losa que pretende aplastarte y reducirte a la nada. Todo está mal, todo es corrupto e insuficiente para una alma delicada y sensible como la tuya.

Pero te levantas, dibujas una sonrisa en tu cara y no dejas que nada ni nadie te quite la confianza en ti misma. Siguiendo tu tediosa rutina, otro día más.

Y llegó una noche en la que me quedé muy quieta sentada en mi cama, mirando fijamente la pared de enfrente. Intentando que por arte de magia, la pared me iluminara con alguna respuesta. Algo tendría que pasar si me esforzaba en mantener ese grado de concentración.

La pared estaba ahí inmóvil, inerte, sin una sombra, ni un movimiento, ni una vibración, nada. Fue entonces cuando me asusté de mis propios sollozos porque comencé a llorar con tal fuerza, rabia, tristeza y desconsuelo que algo se desgarró en mi interior. ¿Cuántas asignaturas me han quedado y que pinto yo aquí en este lugar tan inhóspito?, me repetía.

Y de golpe, sin pretenderlo todo adquirió sentido y color. La verdad fue una revelación tan dulcemente expuesta ante mi, que de pronto, era todo tan claro y evidente. Me había roto, pero no era incorrecto que me hubiera roto. Los huevos se rompen, los caballos se rompen, las olas rompen. ¡Claro que se había roto! Habían cosas que, simplemente, eran demasiado auténticas para quedarse.

Las cosas eran como debían ser, los acontecimientos sucedían correctamente, comprendí que todo estaba ordenado, donde debía estar. ¿Qué podía significar aquello? Algo dentro de mí, me decía que aquello era un símbolo, un mensaje. 

Me sentí tan abrumada que tardé varios minutos en darme cuenta de que por fin, sabía donde estaba, sabía quien era y dónde me correspondía estar. Ahora ya conocía la verdadera forma del mundo y todo lo demás eran sombras. Hay un secreto en lo más profundo del corazón de las cosas y yo había descubierto por mí misma ese secreto. Así que sonreí y lancé todo el peso de mi deseo sobre el mundo porque sabía que el universo iba a ceder a mi deseo.

Notaba que estaba a punto de dar un salto hacia adelante, de mudar la piel pero nunca imaginé que esa sensación iba a volverse tan real para mí. Tenemos, ahora lo sé y estoy convencida, un ángel de la guarda, una voz interior que nos protege.

Sé que muchos recorremos nuestro camino, día tras día, sintiéndonos ligeramente dañados y solos, pero estamos siempre rodeados de otras personas que se sienten exactamente igual que nosotros.




Algunas cosas deben romperse para sacar lo valioso que llevan dentro.

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