La doctora Polanski y yo, nos encontramos hace unos días en el Corte Inglés haciendo las rigurosas compras de Navidad.
Vega Polanski era pelirroja, tan guapa y tan linda como una rosa. La gente la definía como una persona progresista e ilustrada pero yo diría que es un "genio loco". A primera vista, parecía una joven del montón, pero tenia algo especial. Tenía los ojos de mirada intensa y de un sombroso color dorado, tan luminosos y penetrantes, que cuando miraba a alguien, éste sentía como si pudiera ver hasta el fondo de su corazón, y tenía que apartar la mirada ante el temor que pudiera descubrir sus secretos. Pero si tenías ese tipo de mente que ve realmente lo que mira, quizás notaras como yo, unos ojos extraños.
Éramos íntimas amigas, después de muchas discusiones y peleas, el tiempo nos había enseñado, a la una y la otra, a podernos echar la bronca y pasar página.
Poseía una visión cohesiva del mundo, aunque para mí, intentar dar sentido a éste, me parecía increíblemente insólito.
Esta es la verdad: su vida nunca había sido fácil, ni maravillosa ni gratificante. El mero hecho de su existencia ya lo consideraba una catástrofe. Según su punto de vista no había más camino hacia delante que la vejez y la pérdida (no podía hacerse la idea de que su padre ya no existiera), y no había otra salida que la muerte.
Aún con todo, no se la veía tímida, ni siquiera desesperada porque Vega se negaba a retirarse del mundo. En ningún caso, iba a llevar una vida de silenciosa desesperación como la mayoría de las personas.
Conocía la existencia de cosas que no se pueden explicar porque nuestra lengua es demasiado explícita, precisa y directa. Si ella dispusiera de una lengua que fuera rica en implicaciones, nos seria a todos mas fácil aceptar la existencia de cosas tan desafiantes de explicación (por esmerada que sea), como por ejemplo, el amor. Aunque ciertamente éstos conocimientos están enterrados tan profundamente dentro nuestro, que a veces cuesta verlos.
Mi amiga, astronauta de profesión y científica de vocación, me invitó ese día a un viaje en el tiempo.
El tema me pareció más que alucinante. Nada me apetecía mas que atravesar uno de esos túneles cósmicos. Tendríamos que ir hasta la galaxia M87 donde encontraríamos un agujero de gusano.
A partir de ahí, atravesaríamos el horizonte exterior del agujero y seguiríamos en caída libre hacia el horizonte interno. Veríamos un estallido luminoso procedente del mundo exterior.
Al ir acercándonos a la salida, encontraríamos un lugar dónde el flujo del espacio se invierte, y sentiríamos como empezamos a acelerar de nuevo.
Finalizaría nuestro viaje cuando el agujero de gusano termina justo en un agujero blanco y aquí el espacio "cae" hacia afuera en lugar de hacia dentro a una velocidad superior de la luz. Aquí se produce un destello de radiación, un flash luminoso que contiene la imagen de todo el futuro del universo.
A medida que nos moviéramos a través del agujero blanco, nos iríamos aproximando a su horizonte exterior. Entonces se produciría un destello, pero esta vez lo que aparecería es un nuevo universo, en una imagen que contiene la totalidad de su pasado.
A nuestra espalda podremos ver aún el universo original del que procedemos y delante un universo nuevo, réplica del anterior pero con nosotros dentro y a 2.000.000 de años luz del punto de partida.
En otras palabras, en nuestro viaje íbamos a romper dos barreras: la del espacio y la del tiempo.
No me pareció una explicación escandalosa, al fin y al cabo, viajar a una velocidad de más de 300.000 km./seg. y conocer el futuro, seria para mí (una persona que no había sido llamada al mundo para grandes empresas), una oportunidad y además, no tenía nada mejor que hacer, me fiaba del buen savoir-faire de mi querida y sabia Dra. Polanski.
Aterrizamos en una extensa pradera de vegetación exuberante, el aire era tan limpio y tan puro que costaba respirar con normalidad. A lo lejos, viniendo hacia nosotras, vimos a un animal de unos 3m. de largo y 1,2m. de altura. Tenía una vela dorsal, una cola larga y una cabeza grande. Era un dimetrodón, un mamífero que vivió en nuestro planeta hace 270.000.000 millones de años.
Efectivamente, habíamos viajado hasta el Pérmico Inferior y el superdepredador nos estaba acechando, así que corrimos como locas hacia unas piedras donde nos pudimos refugiar.
Escondidas entre las dos rocas de pronto escuché un ruido cercano, muy sonoro, de rabioso batir de alas a nuestro alrededor. Era, ni más ni menos, que una meganeura, un insecto parecido a las libélulas pero con una envergadura de alas de más de 75 cm. Era depredadora también y se alimentaba de otros insectos, e incluso de pequeños anfibios. ¡Dios!, los animales en aquella época tan remota eran gigantes. Aún vimos otros seres increíbles como los pulmonoscorpio (un escorpión gigante de 1m. de longitud) que poseía pulmones, o la arthropleura, una especie de milpiés grandioso con un cuerpo de hasta 2,6m.
En esa época la concentración de oxígeno en el planeta era mayor y por eso existía un fenómeno llamado gigantismo.
Por muy increíble e interesante que le pareciera a mi amiga Vega, yo quería ir al pasado, pero a un pasado dónde ya existieran hombres. Así que volvimos a nuestro túnel del tiempo y dejamos atrás las paradas del Jurásico y Triásico, con sus adorables dinosaurios. Yo me moría de ganas de ver a un homo sapiens.
Llegamos a Etiopía, dónde nació el primer homo sapiens hace "solo" 195.000 años. Y digo "solo" porque nuestro bichito, la meganeura, ya existía antes (290.000.000 millones atrás), y después los dinosaurios también existían con bastante anterioridad (231.000.000 millones de años atrás), sin contar con que en realidad nuestro planeta sin animales ya existía hace 4.570.000.000 millones de años.
Lo que quiero decir, es que para nuestro planeta, somos especímenes jóvenes.
¡Ahí estaba! Nuestro tatatatata...rabuelo, al que mi noble y leal amiga llamaría Dalmau, nuestro cromañón, que ya tiene conciencia, pensamiento simbólico y por lo tanto puede imaginar otro mundo. Y con la aparición de la conciencia, nace la emoción.
Dalmau era cazador-recolector; se levantaba por la mañana y se iba con sus congéneres de la tribu a vagar por los bosques y prados cercanos recolectando setas, extrayendo del suelo raíces comestibles, capturando ranas y de vez en cuando cazando alguna presa. Por la tarde, volvía a su "campamento" para holgazanear, jugar con los niños, para contar relatos o procrear.
Era de admirar, la capacidad mental que tenía Dalmau para conseguir sobrevivir basándose sólo en sus habilidades. Era diestro, hábil, informado acerca de todo lo que se requería saber para sobrevivir en plena naturaleza. Desde luego, Dalmau tenía un conocimiento más amplio, más profundo y más variado que la mayoría de las personas que conocemos actualmente, ya que nosotros no necesitamos saber mucho acerca del mundo natural con el fin de sobrevivir.
Sin duda, llevaba una dieta saludable y una vida (aunque corta), apacible, quitando el hecho que de vez en cuando había de huir de algún león. No trabajaba exhaustivamente, como nosotros tantas horas a la semana, tenían tiempo para perder, comían una dieta variada compuesta de decenas de alimentos diferentes.
Le dije a Vega que después de leer a profetas, poetas y filósofos, ahora entendía de verdad, que la felicidad consiste en que es mucho más importante estar satisfechos con lo que se tiene que obtener más de lo que se desea.
Que la felicidad consiste en ver que la vida de uno en su totalidad tiene sentido y vale la pena.
Dalmau tenía una razón para vivir, cuidar de sus hijos y su tribu.
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