Soy un meteorito emocional y necesito escribir para no explotar, porque no me expreso con total libertad hablando, sino escribiendo. No sé componer música, no sé pintar, no hago ni escultura ni diseño nada, así que por algún lado tiene que salir todo lo que llevo por dentro. Y por eso lo hago, en parte. Aunque sé perfectamente que se nota que no soy escritora, ni periodista, ni literata ni ninguna erudita. Que a veces me faltan las palabras para expresar lo que siento. Creo que las cosas deben hacerse siempre bien, lo mejor posible, sino no merece la pena ni empezar. Así que como carezco de suficiente formación, voy a compensar la falta con imaginación. Igual que en la vida diaria, cuando uno tiene defectos y carencias, debe hacerse entender con creatividad y algo de poesía. Poesía de diario.
Y dejando atrás las explicaciones, os quiero transmitir algo bello, una prosa con un punto personal quizá algo extravagante.
Se me ocurrió que podría cambiar de vida y irme a vivir a San Diego, California. Seria algo bastante nuevo y radical. Seria realmente un cambio de vida, algo completamente diferente. No tendría miedo porque total, ya he caído tantas veces al suelo que conozco a las hormigas por su nombre. Por supuesto, me quedaría nuevamente sola. ¿En qué momento dejamos que la vida se vuelva tan enrevesada? Antes, recuerdo que bastaba con preguntarle a otro: ¿quieres ser mi amigo? Que fácil cuando éramos niños.
En ese instante, cuando la idea empezaba a tentarme, de esa manera en que como siga tentando, ya no la vas a poder olvidar, vino a mi mente el zorro de peluche. Por descontado, no me voy a ninguna parte sin él.
¿Sabéis que es la sincronicidad? El psicólogo C. G. Jung definió las sincronicidades como “coincidencias temporales de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal y que presentan alguna relación con los pensamientos y emociones de la persona que la experimenta”.
En ese instante, cuando la idea empezaba a tentarme, de esa manera en que como siga tentando, ya no la vas a poder olvidar, vino a mi mente el zorro de peluche. Por descontado, no me voy a ninguna parte sin él.
¿Sabéis que es la sincronicidad? El psicólogo C. G. Jung definió las sincronicidades como “coincidencias temporales de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal y que presentan alguna relación con los pensamientos y emociones de la persona que la experimenta”.
Pues eso es lo que nos pasa. Parecemos conectados de alguna extraña, enigmática y maravillosa manera. Si a él le duele, a mí también. Si me cae mal o me da miedo, gruñe.
Me mira fijamente, y yo -sí, ya lo sé.
Me observa constantemente. Tiene más información sobre mí que nadie en el mundo. Siempre está al lado, aunque duerma. Nunca se aleja demasiado, ni siquiera va atado porque es innecesario. Está ahí sencillamente.
Me observa constantemente. Tiene más información sobre mí que nadie en el mundo. Siempre está al lado, aunque duerma. Nunca se aleja demasiado, ni siquiera va atado porque es innecesario. Está ahí sencillamente.
Y que bonito seria vivir juntos toda la vida aunque eso sea imposible. Y por eso, porque su vida va a ser más corta que la mía, vamos a disfrutar juntos lo máximo posible.
Me preocupa su bienestar.
Podría irme a San Diego y dejarlo con mis padres. Sí, podría, pero nunca lo haré.
Podría irme a San Diego y dejarlo con mis padres. Sí, podría, pero nunca lo haré.
No es una obligación, tenerlo a mi lado es una cuestión de amor.
A veces el labio superior se le queda enganchado en la encía, dejando al descubierto un solo colmillo. Se le queda cara de tonto, y es muy gracioso. Lo quiero tanto. Así que no puedo irme a San Diego sin él. Abandonarlo seria los mismo que extinguir una luz en mi corazón.
Desde 2013 ha empezado el principio del fin, una cuenta atrás en la que todos vamos a tener que aprender a amar a los animales. Este es su planeta también, su hogar. Y dentro de los animales incluyo a la raza humana.
Desde 2013 ha empezado el principio del fin, una cuenta atrás en la que todos vamos a tener que aprender a amar a los animales. Este es su planeta también, su hogar. Y dentro de los animales incluyo a la raza humana.
Hay todavía hoy, seres que están heridos, escondidos, esperando que caiga algo bueno del cielo. Y a éstos, no se les a ocurrido pensar que existe gente que obra impulsada por bajos motivos. No les sirve de nada su candidez ni su bondad, frente a mentes suspicaces y mezquinas. Y no solo es la carne y la sangre, sino el corazón lo que nos hace hermanos.
Hay relaciones especiales. Puede que con personas, puede que con animales y no hay diferencias. Ambas te dejan huella, un recuerdo para toda la vida.
Cuando pienso en el zorro, en lo indefenso que es ante el mundo. Un mundo que es capaz de dejar morir de hambre a sus semejantes. Un mundo lleno de crueldad por todas partes, se me hiela la sangre.
Camino, camino y camino para olvidar. Pero en cada mirada, en cada sensación, ahí está la preocupación, la tristeza, la impotencia, la rabia por todas las cosas que tengo que ver. Y el sol, aún a pesar de todo, sigue haciendo los verdes más verdes, los ríos más azules y las piedras más blancas. Porque el dolor siempre intenta aferrarse a cualquier esperanza por ridícula que sea, por inexplicable que parezca. La esperanza pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose. La tristeza y la esperanza ocupan un mismo lugar.
Queremos un mundo mejor.
Ha empezado la cuenta atrás, donde cada uno debe tomar decisiones y repaso de inventario interior. Al menos yo, no me voy a acostumbrar nunca jamás a todo esto. No voy a fingir ser inocente. He aprendido a distribuir mis energías en cosas que realmente valen la pena aunque no sean remuneradas. No me importa que mi comportamiento no sea lógico para los demás. No voy a acordarme solo en Navidad. Y estas letras y mi mensaje van a pasar a la eternidad porque no se pueden borrar, porque si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estás peor que antes.
Solamente cuando el último árbol este muerto, el último río esté envenenado y el último pez atrapado, entenderemos que no se puede comer dinero.
Hay relaciones especiales. Puede que con personas, puede que con animales y no hay diferencias. Ambas te dejan huella, un recuerdo para toda la vida.
Cuando pienso en el zorro, en lo indefenso que es ante el mundo. Un mundo que es capaz de dejar morir de hambre a sus semejantes. Un mundo lleno de crueldad por todas partes, se me hiela la sangre.
Camino, camino y camino para olvidar. Pero en cada mirada, en cada sensación, ahí está la preocupación, la tristeza, la impotencia, la rabia por todas las cosas que tengo que ver. Y el sol, aún a pesar de todo, sigue haciendo los verdes más verdes, los ríos más azules y las piedras más blancas. Porque el dolor siempre intenta aferrarse a cualquier esperanza por ridícula que sea, por inexplicable que parezca. La esperanza pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose. La tristeza y la esperanza ocupan un mismo lugar.
Queremos un mundo mejor.
Ha empezado la cuenta atrás, donde cada uno debe tomar decisiones y repaso de inventario interior. Al menos yo, no me voy a acostumbrar nunca jamás a todo esto. No voy a fingir ser inocente. He aprendido a distribuir mis energías en cosas que realmente valen la pena aunque no sean remuneradas. No me importa que mi comportamiento no sea lógico para los demás. No voy a acordarme solo en Navidad. Y estas letras y mi mensaje van a pasar a la eternidad porque no se pueden borrar, porque si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estás peor que antes.
Solamente cuando el último árbol este muerto, el último río esté envenenado y el último pez atrapado, entenderemos que no se puede comer dinero.
(Julián Marías).
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