Hagamos que las cosas pasen








India y Jacob se conocieron en una barbacoa organizada por algunos conocidos y otros tantos extraños. Después de unos cuantos gin-tonics, Jacob iba desvariando acerca de cientos de pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. India le escuchaba sin comprender con exactitud el alcance de sus palabras. Le dejaba hablar, manteniendo un silencio sepulcral, pues sabia que era el tipo de persona que habla mucho cuando todos callan, y calla cuando todos hablan, así que sabía que tarde o temprano si se mostraba paciente, Jacob respondería dando explicaciones sobre lo que ella quería saber.

El joven sostenía la idea que la sociedad está sumida en un caos degenerado, dividida a gran escala en 4 grandes clases. Explicaba que existía la gente pobre que era la mayoría del planeta, la clase media que éramos nosotros, la clase alta que viven junto a nosotros en una urna de cristal protegidos y ciegos del resto del mundo, y por último, los gobernantes y poderosos (las grandes compañías, las grandes fortunas, los grandes bancos, es decir gente que en definitiva poseen imperios, monopolios y fortunas considerables).

Se fijó atentamente en él. Sin duda era guapo o más que guapo, diría que incluso atractivo. Centrándose de nuevo en sus palabras, le respondió que ciertamente la idea del capitalismo moderno estaba tan arraigada a nuestra forma de ser y pensar que un mundo sin él daría miedo imaginarlo.

Le pareció conveniente precisar que la gente como ella, de clase media, deberían ser felices por el mero hecho de haber nacido en una zona privilegiada del mundo, donde les habían ofrecido una educación, unos valores, unos principios más o menos libres, unas oportunidades de formación, etc. Era verdad que habían de trabajar 8 horas diarias para pagar hipotecas desorbitadas, coches, móviles, ordenadores, seguros de vida, de hogar, para pagar comida ecológica, una cuota de gimnasio, o invertir en cosas imprescindibles como una escuela de idiomas. Millones de cosas, de una lista interminable de servicios y productos de lujo convertidos en necesidades cotidianas. Cosas que tan sólo unos decenios atrás la gente ni conocía, ni necesitaba. Y la lista cada vez se iba engordando más y más. Aun así podían considerarse privilegiados.

Jacob era un hombre interesante; de aquellos que necesitan algo más que el aire para respirar. Era caballeroso de esa manera que a las mujeres les gusta, ofreciendo su mano para sortear un obstáculo del camino, o abriendo una puerta con galantería. India no necesitaba a nadie que la salvara ni de un obstáculo ni tampoco de una puerta, pero sin embargo le gustaba la atención. Decidió comentarle de pasada, la gran suerte que tiene precisamente la gente de clase alta de poder viajar y vivir divertidas aventuras como por ejemplo, una pareja de chicos jóvenes y guapos que colgaban sus vídeos por internet. Esa pareja viajaba alrededor del mundo practicando deportes de aventura, como tirarse de un paracaídas. Un cámara los grababa por el mundo, los grababa,  editaba el vídeo y lo colgaba en la red. Recibían cientos de miles de "me gustas" y vivían de ello.

India era ese tipo de mujer que raramente diría exactamente y directamente lo que quiere de un hombre. Lo más probable es que todo se redujera a observaciones, indirectas y explicaciones aparentemente sencillas y bienintencionadas. Pero él era un hombre observador y también atento. Se apuntó mentalmente proponerle hacer una escapada de fin de semana donde pudieran practicar paracaidismo. También se había fijado como ella bebía vino blanco en vez de tinto, y como disfrutaba según ella, de un verdejo buenísimo. Pedirían un verdejo si decidía invitarla a cenar un día.

Nosotros los de clase media, siguió con su discurso Jacob, somos simples peones de la sociedad. Nos obligan con sus demandas y exigencias cada vez mayores, a tratar de alcanzar lo que ellos llaman felicidad. Ser joven, guapo, delgado, inteligente, ambicioso, competitivo, popular, etc. tiene un alto coste, y para conseguirlo malbaratamos nuestro dinero en cosmética y estética, en gimnasios y dietas, en intentar por todos los medios ir a la moda, en tener un móvil último modelo y un televisor enorme, en tener miles de amigos de Facebook, en ser querido y respetado por todos aunque sea con drogas, en pisar al de abajo para llegar antes arriba, etc. Y cuando nos damos cuenta de que eso no nos quita el vacío, nos gastamos el dinero en psiquiatras y antidepresivos. Pero lo peor, se lo llevan los pobres, porque ellos no tienen poder adquisitivo para comprar servicios y productos, y por lo tanto su papel se reduce a ser los basureros y mendigos del mundo, recogiendo las migajas que los demás tiramos. Ellos no consumen, por lo tanto no tienen voz para defenderse, y son utilizados como conejillos de indias para vacunas y virus.

Un ecosistema de clases moribundo donde la injusticia reina en su pleno apogeo.

Respondió a Jacob que existía un detalle a tener en cuenta y era, que la gente se da cuenta. La vida evoluciona y cambia, todo tiene un principio y un fin, que no somos estúpidos y sobre todo, que no existe ni existirá la fórmula de la inmortalidad. Mantener este estado de tortura indefinible para los que sufren guerra, hambre, miedo y opresión, para los que como nosotros, somos simples peones imprescindibles en una partida de ajedrez, incluso para los de clase alta que siguen la corriente de un río, cuyas aguas apestan, es algo contrario al principio de la creación: y es que todo lo que sube baja, que existe una ley que es el karma y un principio universal que es el amor.

Jacob asintió asqueado por la pura verdad. Se acabó su gin, aplastó el cigarro en el cenicero, y cambiando de tema preguntó a una invitada que pasaba por su lado, quien era aquella mujer que bailaba frenéticamente en el centro de la terraza. 

-¿Quien es quien?, le respondieron. -Aquella que lleva puestos unos pantalones de color,  mmm, de color como de "caca". Justo pronunciaba la última frase, cuando la música paró de sonar dando paso a un silencio incómodo a su alrededor. La bailadora se giró al oír gritar el comentario y entendiendo sus dudas, y presentándose como la anfitriona, le corrigió con un -sino te gusta, no mires. Se encogió sobre sí mismo, no creyendo en su mala suerte y sintiéndose un ser penoso al que más valdría darle un par de collejas. Pero India desde su rincón se desternillaba de risa comprobando como no era la única en meter la pata hasta al fondo de tanto en tanto. Sí, pensó. En cierta manera era chico espontáneo, y un hacker del hombre perfecto. Lo invitó a tomar una última copa en su casa, iban un poco achispados.




Cuando llegaron a casa de India, al entrar a la cocina se encontraron con un secador de pelo tirado en el suelo. Era un secador de mano roto. Jacob recogió el secador y lo miró atentamente, haciendo varios comentarios técnicos sobre la resistencia. Hubo algunas observaciones sobre el cable, estaba un poco pelado,  y dudó sobre la calidad del aparato. Luego lo desmontó, al mismo tiempo que India iba preparando las bebidas. Lo miraba de reojo con incredulidad, pensando que jamás lograría reparar el aparato, pues ese pequeño electrodoméstico diabólico, no iba a funcionar nunca más. Le divertía ver esa lucha entre el hombre y la máquina, incluso era enternecedor ver como el chico quería sentirse útil y eficaz. A ojos de India, Jacob era un héroe fuerte y decidido, luchando por salvar el trasto de convertirse en chatarra. Finalmente cansado, lo dejó disimuladamente a un lado, hastiado ante su fracaso.

Se giró hacia un lado y observó una foto donde India posaba con un animal color canela. Dejó la fotografía donde estaba, y le preguntó despreocupadamente si era su gato. A lo que ella contestó con un débil, marchito y triste "sí". Era un sí que parecía llorar. 

Sus ojos reflejaron
verdadera tristeza, y el tono de su voz se tornó más apagada, y le dijo algo así como "seguro que era un gato muy especial". No sólo era atento, observador, caballeroso, interesante, fuerte, atractivo y divertido, que además también era sensible. Probó de acercarse más de la cuenta a él, de hacerle alguna mirada intencionada y pícara, también le hizo algunas bromas juguetonas pero Jacob utilizaba unas técnicas conquistatorias sumamente discretas y sutiles. India pensó que sus hazañas amatorias se estaban convirtiendo en superaburridas y que le faltaba como hombre un punto de descaro, de acción. Entonces inesperadamente, él la rodeó por la cintura y mirándola a los ojos la besó. Un beso suave, íntimo y largo al principio, y profundo y apasionado al final. India le miró, y le dijo:

-Nuestro poder, ¿sabes cual es?. Él no comprendió en un principio.
-¿Qué?, ahh, ¿cual?, contestó al fin contrariado por la inesperada pregunta.

Nuestro único poder es el amor; el amor por nosotros mismos y por los demás. El efecto de nuestra voluntad, nuestros pensamientos y acciones que vuelven a nosotros en formas distintas. Esta ley es implacable. Somos uno. No somos máquinas, ni seres insensibles. Cuídame, y yo te cuidaré. Da, y recibirás. Por eso creo que aquellos que tienen poder para cambiar realmente las cosas, han de pensar en que este sistema agoniza, que no es eterno, ni indestructible y que todos nos necesitamos.

Jacob sonrió maliciosamente y añadió susurrando desvergonzadamente al oído de India: -tienes toda la razón, haz el amor y no la guerra.






Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender. 
(Alvin Toffler).




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