Una pistola en la nevera






La astrología se dedica a relacionar las órbitas de los astros con los designios humanos. 
Horóscopos, augurios y vaticinios. Si en la naturaleza impera el determinismo*, entonces
tiene que haber en ella indicios de lo que necesariamente tiene que ocurrir en el futuro.


Hace tiempo, mucho tiempo... corría el año 370 a.c. en Alejandría nació una niña llamada Fuego. En aquella época, aquellas tierras eran habitadas por gente que creía que la búsqueda de la verdad era idéntica a la búsqueda de la belleza, y la verdad era bella aún cuando fuera algo feo porque la belleza era la manifestación externa de la verdad.

Sus habitantes se sentían orgullosos de su templo, estandarte de la ciencia. Allí se conquistaban nuevos campos del saber. Convivían entre sus muros de piedra y columnas de mármol los diferentes discípulos, cada uno tallado a razón de un elemento primario: aire, agua, fuego y tierra. Aquél era el asilo de los que todavía mantenían la osadía de pensar. El talento común de cada uno de ellos era que entendían el mundo en su lógica interna, en hacer abstracción de todo lo superfluo. El templo había nacido del interés por el conocimiento como un fin en sí mismo y también como un camino hacia la libertad.

Transcurrieron 35 años del nacimiento de la hija de Pedro. Ella no era bonita. Nunca se veía bonita. Se veía como si fuera arte, y el arte no tiene que ser bonito, tiene que hacerte sentir algo. Los tiempos habían cambiado, ahora le tocaba vivir una época turbulenta, que nada tenía de bella; se habían producido en esos años acontecimientos únicos, terribles. Lo que había pasado no tenía precedente; jamás se le había ocurrido a ningún déspota, ni siquiera de la bárbara Persia, dictar a sus súbditos lo que tenían que pensar.

Fuego tenía una responsabilidad, un deber que cumplir. No bastaba con respirar sin más, no vivía en una alta torre apartada del mundo. Lo que ella hiciese o dejase de hacer repercutía necesariamente en la vida de sus semejantes. No podía sumirse a la masa de borregos que se dejaba llevar al matadero. 

Aquello era demasiado.

Resolvió que debía crear algo que transmitiera una parte de su tristeza y otra de sus ansias de lucha. Tumbada boca arriba en la cama, no podía arrancarse las ideas de la cabeza. Apenas había llegado a conciliar el sueño unas horas. Se incorporó, era peligroso permanecer así y, además, si seguía dejando que pasasen las horas se volvería loca. No se detendría hasta deshacer el nudo que la oprimía. Se recogió el pelo con unas horquillas, y bajó las escaleras hasta el patio central dónde se hallaba el jardín dedicado a Afrodita*, tratando de ocultar lo emocionada que estaba para parecer mas entera. 

El patio se hallaba casi a oscuras, tan sólo iluminado por el resplandor momentáneo de algún relámpago. Caía una cortina de agua sobre las baldosas de cerámica, sobre los parterres que albergaban las plantas, árboles y sobre la fuente dedicada a la diosa del amor. Era como estar en otro mundo, con sus propias reglas, su propio lenguaje y sonidos. Sentada bajo la lluvia y sumida en sus cavilaciones no oyó como se acercaba un joven por la espalda.

- La tribu de los arara creen que los árboles escuchan las penas del ser humano. Pero cada vez hay menos árboles y mas penas, -dijo.

La joven levantó la mirada y comprobó que era Hielo, otro discípulo. Su aura magnética irradiaba una luz intensa. ¿Qué tenía aquel hombre? No era su atractivo físico lo que la seducía. De hecho, no era en absoluto su tipo. Sin embargo al verle había sentido un escalofrío. Mientras se dirigía hacia él tuvo tiempo de examinarlo, y de racionalizar esa reacción adolescente. Tal vez fuera debida a la estola de melancolía que destilaba. No, no era melancolía. Era algo más profundo.

- No te acerques, soy Fuego. Soy un elemento destructivo que quema lo que toca hasta convertirlo en cenizas. No quiero que resultes herido o lastimado.

- Yo soy Hielo. En cambio la materia puede acercarse a mí, pero si permanecen mucho tiempo a mi lado mueren congelados. En ambos casos, podemos arrebatar la vida. Dio un paso más hacia ella pues él era un elemento osado.

- ¡Detente! Te podría consumir con mis llamas, -gritó ella arrogante.

- Me pareces inocente e ingenua. Antes de que eso pasase, mis gotas de agua te extinguirían por completo.

Fuego, empapada por el chaparrón no dejaba de tiritar. En su mente inquieta burbujeaban contradicciones.

Hielo se asomó por una arcada contemplando su hermosa creación; disfrutando como el agua caía a raudales. Ella apenas le veía la cara.

- ¿Dónde estás?, -le preguntó, pero él no se giró, ni siquiera se inmutó, permaneció quieto, estático como una escultura.

Querían acercarse el uno al otro pero temían destruirse, así que decidieron no mirarse de frente, guardar las distancias por lo pronto. 

El silencio se acentuaba. Pasaron momentos inquietantes donde Fuego buscaba la manera de conectar con aquel ser extraño. Era difícil, ya que ella se sentía mas segura y tranquila entre incendios, tornados y terremotos, que bajo una fría tormenta de granizo y nieve. Cerró los ojos para tranquilizarse y respiró el olor a tierra mojada. Al cabo de unos minutos, los volvió abrir y allí estaba Hielo frente a ella, mirándola sin decir palabra. La excitaba con su mera proximidad y por ello, en un arrebato repentino, propio de su naturaleza, se colgó a su cuello y lo besó de forma apasionada en los labios, en la cara, en el cuello... pero él no se movió.

- ¿Qué te pasa?, preguntó incrédula mientras se separaba de vergüenza, y daba media vuelta para salir de allí a toda prisa. Él la agarró del brazo con fuerza.

- ¡Suéltame! -gritó, pero Hielo presionó más hasta que poco a poco fue aflojando la mano. Ella no se movió, y entonces él se inclinó para cogerla en brazos. La elevó sin ningún esfuerzo, cruzó el patio y la llevó a su alcoba, depositándola en la cama con cuidado. 

Le quitó la túnica que llevaba arrapada por la humedad y que transparentaba su cuerpo. Contempló sus pechos, no demasiado grandes, turgentes y suaves como el resto de su piel blanca, ahora erizada por el frío. Sus pezones estaban tan duros que llegaban a dolerle. Escurrió la ropa por su cuerpo, haciendo que el agua cayera por sus senos formando riachuelos que desembocaban hacia el cuello, hacia el vientre, hacia ambos lados. Fuego no pudo evitar una sacudida, tan excitaba como estaba, al sentir como el apoyaba un dedo sobre un pezón. Luego, deslizó el dedo hacia el otro pezón, provocándole un nuevo estremecimiento. Bajó hacia el ombligo, desplegó su mano hacia las costillas recorriendo su espalda y ella arqueó la columna hacia él. Sus manos acariciaban de manera tan sutil su piel que aquella era una sensación de placer extremo. Fuego, tenía ganas de estirar el brazo, que mantenía pegado a su cuerpo desnudo, y buscar la entrepierna de él. Necesitaba estallar de una vez, sentirlo en su interior y acabar con aquella dulce tortura, pero se mantuvo firme, tumbada boca arriba, acumulando palpitaciones y temblores mientras los ríos de agua ascendían por su pubis y se sumergían en los rincones más secretos. 

La incombustible Fuego y el frío Hielo desaparecieron sin darse la oportunidad de despedirse. Los dos se convirtieron en el todo y la nada, en vapor atrapado en las ventanas.












Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida. 
(Pablo Neruda).


Notas:

*El determinismo es una doctrina filosófica que sostiene que todo acontecimiento físico, incluyendo el pensamiento y acciones humanas, está casualmente determinado por la irrompible cadena causa-consecuencia, y por tanto, el estado actual "determina" en algún sentido el futuro.

*Afrodita: es, en la mitología griega, la diosa de la belleza, el amor, el deseo y la reproducción. Aunque a menudo se alude a ella en la cultura moderna como "la diosa del amor", es importante señalar que normalmente no era el amor en el sentido cristiano o romántico.











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